Una emergencia que lleva 20 años
En las barrancas de Belgrano hay un comedor ¿una olla popular? También porqué no. El Comedor de Barrancas “El Gomero” cumplió 20 años el viernes y lo celebró el sábado 2 de julio. Fue una de las expresiones posteriores al estallido del 19/20 que tuvo su origen en la Asamblea Popular de Bajo Belgrano. De los vecinos que comenzaron con la iniciativa queda sosteniéndola sólo Carlos Durañona, con él conversamos
El sábado pasado, a pesar del sol intenso de la media mañana, hacía mucho frío para estar a la intemperie. Las Barrancas de Belgrano lucían como siempre, espléndidas, con el pasto cortado armoniosamente, canteros con flores, caminos irregulares y despejados. Las Barrancas no tienen rejas, como ocurre en las plazas y parques donde los vecinos son escuchados, y sin embargo todo está limpio, cuidado.
El espacio no parece tan diferente al de 20 años atrás, cuando en el invierno de 2002, unos treinta vecinos y vecinas que se organizaron en la Asamblea Popular de Bajo Belgrano tomaron la decisión de hacer “algo” por esos otros hombres y mujeres que se congelaban a la noche a la espera del Tren Cartonero para volver a sus hogares con lo recolectado en el día. Posteriormente se sumaron otras organizaciones del barrio para cubrir toda la semana y prepararles algo caliente. Uno de los días se cocinaba en el costado de la estación (Pampa y la vía) y el resto de la semana la olla llegaba lista a las mesitas debajo del añoso gomero. Para muchos de los frentistas que consideraban ese espacio público como una extensión de sus propios departamentos aquello resultó inaceptable y reaccionaron tirando huevos o agua sobre los que allí se reunían o llamando a la policía.
Ahora, mientras avanza la mañana, en pocos minutos con unos caballetes y una tabla, quienes aún sostienen el comedor arman una mesa sobre la que ponen un gran termo con mate cocido, los alfajores, los vasos y, lo más importante, decoran el lugar para celebrar un auténtico cumpleaños. Carlos Durañona es el único de aquellos vecinos que iniciaron esta acción que aún está ahí. Nos invita a pasar a su oficina, una de las raíces expuestas más gruesas. Nos sentamos y comienza a compartir recuerdos, momentos que lo cambiaron para siempre, así como con el accionar colectivo, cambió para siempre algunas vidas, tanto de personas en situación de calle, como de algunos de los frentistas.
El comienzo
“El 26 de junio se produce la muerte de Kosteki y Santillán. Ese día nos reunimos a la noche en Excursionistas y decidimos no esperar más. Yo mantuve mi disidencia y perdí 29 a 1. Acepté el veredicto de la mayoría – explica Durañona mientras ríe – pero por lo menos dejé sentado ese precedente. La realidad es que de aquel grupo originario se fueron yendo todos y me quedé solo. Entiendo que cada uno tenía sus cosas...pero ¿sabés que pasó? El día que debutamos, el 1° de julio (2002), era un lunes, llegamos y no sabíamos cómo nos iban a recibir. Se podían hasta ofender ¿quienes somos nosotros para incursionar en sus vidas? Y la sensación que nos dimos es que parecía que nos estaban esperando”. Los asesinatos de Darío y Maxi pusieron fin a los cabildeos y a los temores del propio Durañona sobre si estarían a la altura de las circunstancias y podrían sostener en el tiempo la olla, porque “nadie nos obliga a hacerla, pero una vez que comenzamos tenemos la obligación de continuarla. No podemos decirles desde la semana que viene no la hacemos más”
Nos dimos un baño de realidad, señalará en otro momento de la conversación y ese baño incluyó ver más allá de las 240 o 250 personas que esperaban el tren en la glorieta de las Barrancas, cartoneros todos que venían con sus niños y niñas también a “cirujear”, y encontrarse con las personas en situación de calle, aquellas que no tienen donde volver.
Cuando no hay a donde volver
“Nosotros veíamos cuadros de hambre, de desnutrición, de enfermedades. Chicos acá con bronqueolitis. Empezamos a llevarlos al hospital, empezamos a ocuparnos de la educación...tenemos 300 chicos escolarizados desde acá, que les proveemos de todos los útiles de acuerdo al grado, contra la constancia de que están cursando. Les damos apoyo escolar, hacemos el seguimiento.”
Carlos simplemente se deja llevar y ata afectos que conserva de estos años. Dentro de los buenos recuerdos están esos logros de algunas de las personas en situación de calle, logros por haber alcanzado alguna meta en el campo de la educación o por haber compartido cosas simples de la vida: “Días pasados, una de las personas de la calle me dijo: Carlos, te quiero pedir un favor - ¿qué? le dije – Yo estoy estudiando una carrera universitaria y estoy por dar mi última materia de Derecho y me gustaría festejarlo acá (…) Acá hicimos casamientos, todos estos caminos llenos de velitas para la novia y esto todo decorado, con mesa de dulces, de cosas ricas. Champagne tomamos también, bailamos el vals acá, yo fui padrino.”
El ida y vuelta
Durañona señala a “la del tapado rojo”, una abuela que se hace cargo de sus nietos y de uno en particular que estuvo a punto de nacer “en ese farolito que está ahí, ¿ves?” y que lograron convencer a último momento a la madre para que permitiera que la llevaran al Pirovano. O a ese vecino, el de barba, el que parece Papá Noel, que no es otro que el que se sacó cuatro policías de encima la vez que los reprimió la infantería y logró zafar de que lo detuvieran. Cada persona bajo el gomero tiene su historia para este hombre que vive a tres cuadras de allí y siente que ese es su lugar en el mundo.
Con los años “los vecinos fueron entendiendo”, reflexiona y explica como bajo el gomero todos dan y todos reciben. “Fueron aplacando con el tiempo y algunos hasta se sumaron a colaborar. Hay una señora que cocina, otra que está becando estudiantes. Uno en Bellas Artes, que está estudiando porque le detectamos condiciones. Hay una chica que estudia teatro en una buena academia. Ahora vamos a tener este abogado, hay otro que está estudiando ingenieria. Gente que en su perra vida hubiera podido acceder al estudio si no le estás encima”
La simbiosis con el gomero
“Nos fuimos enamorando un poco de lo que aquí se hace y nos fuimos enamorando también de este árbol, porque hay una simbiosis entre nosotros y este árbol. Si nos sacan este árbol nos desintegran, lo hemos defendido a muerte. Nos quisieron echar del gobierno, venían cuatro o cinco policías a decirnos con qué autorización estábamos haciendo esto...yo les decía ¿Qué delito estamos cometiendo?” Lo último que nos dijo Carlos Durañona antes de sumarse a la fiesta de cumpleaños fue “Ya hay dos que descansan ahí – dijo señalando hacia las raíces – las cenizas, se entiende. Y ahí voy a terminar yo también”
La emergencia ya duró 20 años y aún no acaba. Durañona afirma con argumentos que los gobiernos que han pasado hasta aquí mienten y no saben como resolver estas situaciones, sobre todo las de las personas en situación de calle. Quienes sostienen este comedor bajo el gomero aseguran que se han convertido en el timbre de la sociedad y no pueden decir mañana no vengo.-
Enlace al audio de la nota
https://lacolectiva.org.ar/una-emergencia-que-lleva-20-anos/
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