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Sab 27 de Mayo de 2023

EN LA CABEZA DEL AUTOR MÁS CAPRICHOSO

La presentación de la Biblioteca Caparrós en la 47ma. Feria del libro de Buenos Aires fue la oportunidad para celebrar la obra titánica del gran cronista latinoamericano. Lejos del totalitarismo del gran tema, dice María Moreno, Caparrós encontró la síntesis del género en “la vaca”: solo importa contarla como nadie. Maestro de generaciones de periodistas, se distanció de las investigaciones atadas a sesgos épico-políticos sin que su intervención literaria dejara de ser decididamente política. Experimentó con la novela, el soneto y la fotografía comprometido exclusivamente con una literatura que se impone soberana.

Por: María Moreno

–Hay que actuar la vaca.

Martín Caparrós se sonrió detrás de sus bigotes en forma de manubrio porque había encontrado la síntesis del género crónica. Me explico: el ceo del género Jon Lee Anderson se había emperrado en que Vida de una vaca, de Juan Pablo Meneses, no era una crónica. ¿Por qué?

Porque el autor no vivía literalmente con una, aunque la había observado, analizado sus humores cambiantes en cornadas, narrado hasta las ubres, como buen cronista que era. Pero Anderson insistía en que era una ficción –Caparrós y él habían coincidido como jurados en un concurso de crónicas–. Cuando me contaba el affair vaca durante una charla que sería publicada en la revista Otra parte, se acordó de Robert de Niro, de cuando se entrenaba para encarnar a un homeless en una calle pesada de Nueva York adonde lo visitó el británico John Gielgud.  De Niro le explicaba que se alimentaba con sobras, no se bañaba, dormía cubierto de diarios viejos y hasta estaba a punto de conseguir el típico pie de trinchera, todo para identificarse con el personaje. Gielgud lo miró fijo y le dijo lacónicamente ¿y por qué no lo actúa?.

Estábamos de acuerdo. Despotricábamos contra los cronistas que sufrían el totalitarismo del gran tema –vida de una travesti, un tsunami, los pobres haciendo de pobres– y lo escribían a la qué me importa, confiados en su mera fuerza efectista. 

A Caparrós no le importaba que el viejo Kapuściński se hubiera encontrado o no a Lumumba en un camino de África, sino que contara África como nadie.

A comienzos de la democracia, los géneros del periodismo cultivados por algunos militantes que regresaban del exilio, ponían el eje en la investigación y, dentro de ésta, la de las violaciones a los derechos humanos. La estrella pasó a ser el cronista comprometido con el cumplimiento de la ley jurídica, donde el periodismo se homologa al periodismo político, la verdad coincide con la sentencia y el estilo instala un ademán ascético y apolíneo. Pero hubo un grupo de escritores autodenominado Shangay integrado por dandis de izquierda, como Martín Caparros, Jorge Dorio, Luis Chitarroni, Alan Pauls y Daniel Guebel, que reivindicaba la autonomía literaria y cuya divisa era una frase de Pío Baroja: en literatura la sangre solo sirve para hacer morcillas. Martín Caparrós explicaba: “al referenciar, al hacer chistes, bah, al escribir, se funciona del lado de la cultura, pero si se hace lo que hay que hacer para evitar un nuevo golpe militar no se hace en términos de novelística sino firmando manifiestos, saliendo a la calle, metiéndose en los medios”. Sin embargo, en 1997 su intervención literaria fue decididamente política. Escribió junto a Eduardo Anguita los tres tomos de La voluntad. Allí se diferenció de los argumentos de los organismos humanos rectores, para contar las historia de los detenidos desaparecidos en su calidad de militantes armados y no de –esa palabra  tan compleja, encubridora y católica con que se intentó salir al cruce del por algo habrá sido “inocentes” y la épica se matiza en la reivindicación de los ideales de la militancia, enmarcándolos en la vida cotidiana y en sus cruces con las vanguardias estéticas y contraculturales.

A Caparrós no le importaba que el viejo Kapuściński se hubiera encontrado o no a Lumumba en un camino de África, sino que contara África como nadie.

Si en Larga distancia Caparrós se quejaba de que ya no hubiera territorios vírgenes para la crónica, de que cada partícula de continente ya hubiera sido conquistada por la mirada de los cronistas de las grandes potencias, obligándolo a recrear constantemente su propia tradición, también debía marcar su diferencia con los cronistas de la democracia, de sesgo épico-político. 

En La guerra moderna, entre los efectos de estilo y la divisa de hacer de la mirada, pretendidamente neutra del reportero, arbitrariedad y capricho, desplegó una suerte de cronista bufo, cobardón y autodenigratorio, contracara clownesca del investigador comprometido y siempre al borde del episodio político-policial: se empecina en contar cómo no llegó a tiempo cuando la policía estaba reprimiendo manifestantes, que se escondió detrás de un árbol cuando vio una travesti, que estuvo a punto de pegarle a un hombre en el museo del Holocausto, como si dijera “¡agarrame, que lo mato!”. Ese recurso paródico alcanzó su máxima expresión en una nota que Caparrós publicó en la revista Ego donde reconstruía el viaje del periodista Henry Stanley en busca del explorador David Livingston en el corazón peligroso de África, sólo que saltando en una sola pierna, luego de la quemadura de un coral.

En la biblioteca que recorre junto a Cristian Alarcón se nota el tono zumbón de los amigos. Fue la memoria viva de una obra titánica –incluye 13 novelas, 8 libros de crónicas, 7 de ensayos y una biografía–  apoyada por las apostillas del autor que experimentó desde el soneto hasta el tarareo. Con su estilo desenvuelto y un tanto condescendiente, hace que la silla de ruedas en que anda desde que le fallaron las piernas, parezca una litera. Piglia, Fontanarrosa, Borges también mostraron que, lejos de cualquier mito de autosuperación, la literatura se impone soberana, pertenece a una economía distinta a la de la salud, donde la merma y la desdicha física, brillan por su ausencia.

Fotos: archivo personal

Perpetua para el asesino de Anahí Benítez y absolución para Marcos Bazán

Informe de Cecilia Rovito de Red Eco Alternativo para La Colectiva

El pasado martes 16 de mayo, los jueces del tribunal que lleva adelante el 2do Juicio por el femicidio de
Anahí Benítez condenaron por unanimidad a Marcelo Villalba a la pena de prisión perpetua por robo,
abuso sexual con acceso carnal, privación ilegítima de la libertad y homicidio agravado por violencia de
género. A su vez absolvieron a Marcos Bazán, quien fuera condenado en juicio anterior a la misma pena.
La joven desapareció el 29 de julio de 2017 y apareció asesinada casi una semana después el 4 de agosto,
golpeada, violada y enterrada en el predio de la Reserva de Santa Catalina. Anahí, tenía 16 años. Hubo un
primer juicio que culminó el 3 junio del 2020 con la condena a perpetua a Bazán, en medio de denuncias
de amigos, familiares y organismos de derechos humanos, de que se estaba frente a una causa armada. En
aquella ocasión a Villalba lo declararon inimputable.
La Sala I de Casación de la provincia de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 2021, dictaminó que el
juicio realizado por los tribunales lomenses presentaba serias irregularidades en el tratamiento parcial de
los testigos y las prueba y ordenó un nuevo proceso con nuevos jueces.
Cecilia Rovito, integrante de la agencia de noticias Red Eco Alternativo estuvo presente en las audiencias
de este nuevo juicio comenzado el 1° de marzo. Este es su informe

ESO QUE SUENA ES LA SOCIEDAD IMPLOSIONANDO

Las vidas populares fueron empujadas, día a día, unos pasitos más a la boca hambrienta de la derecha. Vidas laburantes empobrecidas en una sociedad intranquila, permanentemente implosionando. ¿Por qué no estalla? Porque el estallido es efecto de cuerpos cansados. La implosión también, pero de otro signo: un cansancio mal privatizado, que no debería soportar más pero continúa aguantando. Si el estallido es “excepción”, la implosión social es regularidad en la precariedad y no necesariamente altera las jerarquías feroces. La profundización de la crisis, el sobreendeudamiento y el ajuste pueden o no ocasionar un estallido social, pero seguro van a intensificar lo social implosionado. Cuanto peor, peor.

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