Desde 2006 en los barrios de
Villa Mitre -­ Santa Rita -­ Villa del Parque - Paternal

  •   Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Tue 21 de Enero de 2025

Diego Mauro: «Hay una Vaca Muerta para los ricos y otra para los pobres»

Diego Mauro, vocero del Frente de Organizaciones en Lucha, analiza el primer año de Javier Milei como presidente y de Rolando Figueroa como gobernador de Neuquén. Denuncia la precarización laboral, el hambre y la persecución a quienes luchan en la provincia de Vaca Muerta. Por Silvina Fernández y Lucas Castillo

El 2024 no fue un año más para el país ni para la Provincia de Neuquén. Las políticas de ajuste, represión, precarización del trabajo y de la vida, así como la persecución y estigmatización, afectaron a la gran mayoría de la clase trabajadora, pero en particular a quienes viven por debajo de la línea de pobreza en los barrios, incluso en los de la ciudad cabecera de Vaca Muerta.

Conversamos con Diego Mauro sobre el impacto que tuvo el primer año de gestión del presidente Javier Milei y el gobernador Rolando Figueroa en las organizaciones sociales. También sobre la realidad que viven las familias trabajadoras de la otra Neuquén, aquella que los grandes medios no mencionan, donde los récords de Vaca Muerta contrastan con los índices de pobreza e indigencia.

Diego Mauro es el principal referente y vocero del Frente de Organizaciones en Lucha de Neuquén. Es un militante social, de izquierda, comprometido con la organización, la resistencia y la coordinación desde abajo. Es uno de los dirigentes sociales que el gobierno y la justicia de Neuquén tienen en la mira. Compartimos la entrevista.

-Entre los récords de Vaca Muerta y de pobreza e indigencia en Neuquén, ¿Cómo vivieron en los barrios este primer año de gobierno de Rolando Figueroa y Milei?

El 2024 fue un año bastante duro. El primer golpe del gobierno nacional fue con la devaluación de Caputo y el congelamiento del salario mínimo vital y móvil, que afecta a parte de los programas nacionales. Fue el golpe más duro que sufrimos todos los compañeros y compañeras de todas las organizaciones sociales. Esto, más lo que ya venía en diciembre en la primera marcha con el protocolo antipiquete de la ministra Patricia Bullrich,  fue metiendo dos cosas. Por un lado, a lo que cada uno podía cobrar. El salario no valía nada o valía muy poco. Y la otra cuestión, tenía que ver con el miedo. Muchos compañeros y compañeras que no venían preparados para eso. Dejaban de ir a las movilizaciones, se quedaban en su casa. Ese fue el primer golpe duro. Por su parte, el gobernador de Neuquén Rolando Figueroa  intentó ordenar en ese primer mes los problemas provinciales.Lo duro de eso fue que a nosotros se terminó el vínculo con los convenios que teníamos con el gobierno anterior. Bastantes compañeros que cobraban por el laburo que hacían en obras o en productivos o en espacios públicos. El tema de la comida, antes de las PASO fue la última vez que hubo alimentos a nivel nacional, unos alimentos bastante malos. El gobierno provincial no cortó la comida pero un día  faltaban las verduras, el otro día faltaba lo cárnico, al otro faltaban los quesos. Entonces, siempre faltaba algo para  que esa totalidad sea eficiente. En los comedores, lo que hicieron es ir a revisar que esa comida se entregara a la gente, pero se pasaron de la raya. Amedrentaron a muchas compañeras pidiéndole un documento, diciéndoles que no hacía falta ir a los comedores de las organizaciones, que ahora podían comer en otro lado, sabiendo que eso es inviable. Eso no se logra de un día para el otro. No han podido barrer el laburo que hacemos en la calle, en los espacios y en los territorios donde estamos. Sí hay un golpe muy grande, que hay muchos compañeros que se terminan yendo a las organizaciones o participando mucho menos, no por miedo sino porque la realidad es que no alcanza para vivir el programa. Ahora se llama Volver al Trabajo o Acompañamiento Social creo que no llega a 78 mil pesos, más todas las trabas que te ponen de actualización de datos. La gente dice: no me sirve ni para pagar una factura de luz.

Pero hay hambre en Neuquén  

Nosotros mostramos que había hambre en Neuquén y que más allá que todos los días se rompe récord de la recaudación por el petróleo y el gas, hay una Vaca Muerta para los ricos y una Vaca Muerta para los pobres. No se construyeron ni cien casas en la capital de Neuquén, no se ampliaron las redes de gas en la provincia. Económicamente no mejoró la situación de la gente, por lo menos lo que nosotros vemos en los barrios es que no alcanza.  Hicimos cada 15 días durante dos meses y medio ollas populares en los barrios. La gente se bajaba de los colectivos después de laburar, iba a buscar a su casa el tupper y venía a buscar la comida. Se nos vaciaban las nueve ollas en 20 minutos y nos quedaba un montón de gente sin comer. Más de 3.000 raciones hicimos. Esto demuestra que le pueden intentar poner todo el odio a la gente, no vayas más a este comedor, pero el hambre sigue estando. No alcanza. Muchos delegados y delegadas tuvimos que salir a hacer otras cosas además de lo que hacíamos porque no nos alcanza para vivir y eso implica que muchas veces le saquen un poco de tiempo al laburo que venían haciendo las organizaciones. Entonces nos pegó la devaluación, la inflación y el hambre sigue estando. Otra cosa que nosotros entendemos que pasa no solamente con los sectores populares que tratamos de organizar sino también con muchos trabajadores asalariados, es la precarización laboral. El famoso programa Neuquén emplea, que el ministro de Trabajo anunció con bombos y  platillos, esconde la precarización laboral. Muchos de nuestros compañeros y nuestras compañeras se fueron de las organizaciones porque los llamaron para trabajar. Los buscan a las 6 de la mañana y vuelven a las 6 de la tarde por 700.000 pesos durante todo el mes. La compañera tiene que pensar dónde deja a su hija o a sus hijos, que antes la cuidaban en el espacio comunitario del FOL y ahora tiene que pagar a alguien, y todo por 3 meses. Algunos compañeros han hecho cursos y ahí quedaron en el limbo esperando que alguien los llame. Nosotros insistimos, por eso, en el trabajo asalariado con derechos, sindicalizado. Si es así, ahí estaremos, pero eso no existe. Esa es una gran preocupación y es algo que no muestran los números que da el gobierno. Bajó el desempleo sí, pero en qué condiciones está el empleo una precarización terrible  

-En sintonía con Milei, el gobierno provincial lanzó una campaña de desprestigio, persecución y judicialización a las organizaciones sociales.

Con el tema de las persecuciones el análisis que hacemos es que, obviamente, el gobierno provincial va agarrado del gobierno nacional. El gobierno nacional empezó a intentar meter preso a todo el mundo. Empezó con todos los allanamientos en las organizaciones a nivel nacional con causas armadas, las más conocidas a los compañeros y compañeras del Polo Obrero y a varias organizaciones. Esas causas o carpetazos empiezan a derivarse a las provincias y empiezan a ser calco y copia de eso. Ahora no solamente tenemos que preocuparnos cómo hacer para organizar a los compañeros para que puedan vivir, sino que también tenemos que preocuparnos cómo hacer para no tener compañeros presos. Todas las causas nacionales se empezaron a reavivar. Le sacaron el polvo y las pusieron arriba de la mesa como método de presión, como método de escarmiento. Miren que si hacen esto, les va a pasar como a estos y a estos. La primera causa que nos hizo el gobierno de la provincia fue en febrero por el acampe. Después empiezan los allanamientos, en julio, a más de diez compañeras y compañeros de diferentes organizaciones. El nivel de violencia fue terrible igual que el reality show. El (fiscal jefe) Pablo Vignaroli pasó de no hacer nada durante 20 años a armar tres causas. Es la Susana Giménez del Poder Judicial. Transmite casi en vivo los allanamientos y cómo mete gente presa que lucha para poder vivir. Mientras los grandes empresarios de esta provincia y del país están todos libres y se siguen llevando la guita afuera con la complicidad de la justicia. Porque no creemos lo que dice (Rolando) Figueroa de la supuesta justicia independiente. Mentira. Sino, ¿Por qué Sobisch no está preso cuando fue el actor intelectual del asesinato de Carlos (Fuentealba? No existe la justicia independiente del poder político. Las causas contra las organizaciones sociales tienen el objetivo de amedrentar y ponerle un parate a todos aquellos que planteamos lo que es justo, como es tener un laburo y una vida digna, y que denunciamos que los ricos se llevan toda la guita y nosotros vivimos en condiciones muy malas desde hace un montón de tiempo

¿Cómo impacta en la organización?

Cuesta. Las compañeras sufren un ataque concreto no solamente físico, sino también emocional ¿Quién se ocupa de las situaciones que viven los pibes, de lo que le pasa a la compañera? Yo me acuerdo que a los pocos días había una compañera de una organización que había sufrido el allanamiento y estaba la mamá. Desde ese día, la mamá a las 7 y 20 no quiere estar más en la casa porque tiene el temor de que la vuelvan a allanar. ¿Quién le da explicaciones y quién se hace cargo de todo eso? O cuando rompen las puertas o se llevan las cosas ¿Quién se hace cargo de eso? Nosotros laburamos con un montón de cosas en la cooperativa y no la tuvimos más. Dejamos un montón de gente que se quedó sin cobrar. O inclusive, cosas que teníamos que rendir o no pudimos rendir. Bueno, a eso nadie da respuesta y la gente de eso no se entera y sigue pensando que somos el demonio, Entonces, bueno, nosotros tenemos claro hacia dónde apunta la justicia. Seguramente Vignaroli debe tener que devolver algunos favores. Sabemos que está orquestado por parte del político.

¿Cuál es la situación de la causa hoy? 

Está en stand-by. Se hizo el segundo allanamiento y se llevaron gran parte del material que se tenía. El juez dijo que en febrero tenía que avanzar y hacer la formulación de cargos. Se van a cumplir ocho o nueve meses y no estamos acusados de nada todavía y por lo tanto no nos podemos defender. Vignaroli dice  que esta causa va a ser larga. Obviamente, va a ser larga. Así nos van a tener,  con la espada de Damocles en la cabeza para que nosotros no podamos pisar la calle. 

¿Frente a esta situación, cómo se están organizando?  

Nosotros entendemos que solos no nos vamos a salvar. El Frente de Lucha que pudimos armar en Neuquén éramos seis organizaciones y ahora se amplió a nueve.  A su vez, como organizaciones, y como clase trabajadora, no nos vamos a salvar solos. Lo primero que sabemos es que si nos atacan tenemos que defendernos sin mirar las diferencias. Si nos atacan, si nos dejan sin comer, no nos importa si es el Polo, si es la CTEP, si es el MST o el FOL, hay que salir solidariamente a bancar porque si atacan a uno, después atacan al resto. Y así, esa misma lógica entendemos nosotros que tiene que ser con los demás trabajadores y trabajadoras. Muchas de nuestras compañeras no van a la marcha, no porque no quieran, sino porque no pueden ni pagar el colectivo. Entonces, nuestra táctica va a tener que ser otra. Para nosotros tenemos que hacer otras cosas en otros lugares donde quede a la mano.  Hay que coordinar, hay que volver a viejas experiencias, coordinar en los barrios con los sectores que organizamos. Nosotros tenemos relación con los compañeros docentes, con los compañeros de salud, en los lugares más importantes de Neuquén capital.  Hay que sostener los espacios comunes.Los compañeros de educación en la escuela, los compañeros de salud en los espacios de salud. Hay que laburar eso mínimamente en común. Y después, la lucha,  de todos los trabajadores en conjunto y obviamente, entendemos que hay que disputar poder, porque si no, no sirve. En los sindicatos y demás. Pero bueno, hay que tener claridad contra qué se pelea y en qué momento.  

¿Cuáles son las demandas pendientes que ustedes tienen como organización social? Nosotros seguimos manteniendo la misma consigna que hace un montón de tiempo. Lamentablemente, primero rechazamos totalmente de cuajo la política de los programas asistenciales. Nosotros le dijimos 20 veces a este gobierno, al gobierno anterior, que cambiamos todos los programas sociales de porquería que  nos imponen por laburo, por laburo genuino, en la construcción, en trabajo de servicio, le dijimos varias veces eso. Nuestro principal reclamo es eso. Y que el trabajo sea con todos los derechos.  Cuando nosotros le planteamos al gobierno el tema de obras, le dijimos que queríamos obras pero con un sueldo.  Y obviamente peleamos por la incorporación a la obra pública. A nosotros no nos gustan las cooperativas. Entendemos que es una herramienta que tenemos que agarrar para hacer eso, pero el que nos tiene que contratar es el Estado. Tenemos que ser parte de los trabajadores estatales. Hay muchos compañeros que están formados y otros que se formarán. No hay una política por parte del Estado de capacitar y de formar.  No hay una política estatal de formar soldadores, gasistas, electricistas. Todo se terciariza. para nosotros tiene que ser estatal, que nuestros compañeros y compañeras se capaciten y sean parte  del laburo ahí adentro.

-¿Desafío para el 2025? 

 Seguir organizándonos y saber en qué momento estamos. Tener la capacidad para organizarnos con los demás, sin dejar de entender lo que pasa en la realidad.  

¿Qué se puede hacer salvo hablar de plata?

La conversación social sobre el dinero

En las casas, en el Congreso, en los despachos oficiales, en la calle on line y en la plaza: en todos lados se habla de plata, y casi de nada más. El motivo es obvio: el efecto de la inflación sobre los ingresos es devastador. En la empresa de defenderse del incremento de los precios, llegar a fin de mes y forjar un futuro para sí y para sus hijos, la mayoría de los argentinos se reconocen solos, sin la ayuda de nadie, en especial del Estado. Mariana Luzzi explora las múltiples maneras que puede asumir la conversación sobre el dinero en la Argentina de Milei.

Por: Mariana Luzzi

Arte: María Elizagaray Estrada

Chats de mamis en los que se comparten ofertas. Miradas de asombro y resignación intercambiadas entre desconocidos que se cruzan en la misma góndola. Apps que llenan los teléfonos porque ofrecen descuentos para distintas cosas en distintos días; otras que permiten invertir en un clic. Marchas para reclamar aumento del presupuesto universitario; protestas que exigen la actualización de las jubilaciones. Impuestos que se reducen; impuestos cuyo pago reclaman las provincias. Adolescentes apostando en línea; adolescentes que pueden invertir en la Bolsa. Denuncias de plata mal gastada, mal habida, adeudada, no auditada, prometida. 

En las casas, en el Congreso, en los despachos oficiales, en la “calle on line” y en la plaza: en todos lados se habla de plata, y casi de nada más.

¿Pueden los modos, los tonos, los tópicos de nuestra conversación ordinaria sobre la plata decirnos algo sobre cómo se configuran, tensionan o traman las relaciones entre economía y sociedad en la Argentina de hoy?

Hablar de plata es hablar de precios

De las múltiples maneras que puede asumir la conversación sobre el dinero, hay una que, en la Argentina, resulta obvia: discutir los precios.

Hace algunos meses Tamara Tenembaum publicó una columna de opinión en la que se lamentaba: hace meses que todas las conversaciones son sobre plata. El motivo de esa constatación es bastante obvio para cualquier lector: en los últimos doce meses, la inflación acumuló un incremento del 166%, su efecto sobre los ingresos es devastador y no hay ningún indicio de que esas pérdidas vayan a recuperarse en un futuro cercano. Los precios aumentan, la plata alcanza cada mes un poco menos.

El tópico no es nuevo. Es un clásico de los períodos de altísima inflación. Ya lo había observado Walter Benjamin en 1928 a propósito de Alemania: “La libertad de la conversación se está perdiendo. Así como antes era obvio y natural interesarse por el interlocutor, ese interés se sustituye ahora por preguntas sobre el precio de sus zapatos o de su paraguas. Ineluctablemente, en cada tertulia acaba insinuándose el tema de las condiciones de vida, del dinero”. La cuestión no es solo el tema único, sino sobre todo la sensación de que es imposible escapar de él. 

Se dice que hablar de plata es incómodo, tabú, incluso de mala educación. Es verdad, pero solo bajo ciertas condiciones: no hablamos fácilmente del dinero que ganamos o tenemos, pero sí del que no alcanza.

La inflación, paradójicamente, produce un tipo de conversación sobre la plata que no está moralmente condenada. Quizás porque es una charla que todos querríamos que se termine.

¿Qué estás haciendo que no estás ganando plata?

Y vos, ¿qué hacés con la plata? ¡Aprendé a invertir desde cero! Ingresos pasivos en dólares todos los días. ¿Querés transformar tu relación con el dinero? Que el dinero sea una fuente de posibilidades, no de preocupaciones. ¿Cómo superar el miedo a invertir y aumentar mi capital?

Las redes sociales desbordan de mensajes como estos. La plata se cuela en las conversaciones de amigos con nuevas modulaciones: -che, ¿vos sabés algo de inversiones? Como en los 80, al ritmo caliente de la inflación, los medios se pueblan de nuevos columnistas, que van mucho más allá del comentario de la coyuntura económica. Su rol: expertos en dinero. De cómo ganarle la carrera a los precios a cómo hacer una diferencia, la lección es cotidiana.

Pero el fenómeno no es pura reedición de costumbres del pasado. Según datos de la Comisión Nacional de Valores, en junio de este año en Argentina había casi 1.700.000 cuentas comitentes activas y más de 21 millones de cuentas en Fondos Comunes de Inversión. En 2021 eran alrededor de 500.000 las primeras y 5.800.000 los segundos. En solo tres años, el crecimiento fue espectacular. 

A la vez, las pedagogías económicas son ahora enunciadas por nuevas voces: ni expertos de traje ni clásicos periodistas económicos, la figura sobresaliente son ahora los influencers financieros, que cotidianamente publican contenidos dirigidos a audiencias legas, muchas veces anclados en sus propias experiencias como “gente de a pie”. 

Toda una nueva infraestructura financiera los sostiene (o se sostienen mutuamente): ahora, invertir está “sólo a un clic” (de hecho, 19 de los 21 millones que suscribieron fondos de inversión lo hicieron a través de billeteras virtuales).

El mantra tiene muchos pliegues. Hay una parte importante de empoderamiento personal en la invectiva a perderle el miedo a la inversión y el “hacelo vos misma/o”, que promueven los relatos en primera persona. Pero también está su contracara: la responsabilización individual.

Ganarle a la inflación, como hacerse rico o asegurarse la jubilación futura, son empresas solitarias. 

No hay plata

Cuando asumió el 10 de diciembre de 2023, Javier Milei advirtió a la ciudadanía toda que no había “alternativa posible al ajuste”. Concretamente, señaló: “para hacer gradualismo es necesario que haya financiamiento. Y lamentablemente, tengo que decírselos de nuevo, no hay plata.” Desde la campaña, la frase era uno de los latiguillos del libertario, al punto de que esa misma tarde, en los alrededores del Congreso, ya se vendían remeras que la tenían estampada.

Que un Presidente de la Nación dijera que las cuentas del Estado estaban en problemas no era novedad; que anunciara que era necesario un ajuste para ponerlas en orden, tampoco. Lo novedoso era que esas afirmaciones se convirtieran en un slogan popular. Que el “no hay plata” pudiera levantarse como una consigna no ya desde el Estado, sino en la calle, como una divisa exhibida con orgullo.

“No hay plata” en este caso no evocaba, como en la conversación sobre los precios, el “no llego a fin de mes”. La frase tenía, en boca del Presidente, sobre todo un sentido disciplinador; como si le estuviera diciendo a sus votantes (y a los que no lo votaron): -no me vengan a pedir plata (es decir: aumento salarial, presupuesto, subsidios), porque no hay.

Pero el anatema también encerraba una crítica, enlazada con otro de los términos del léxico libertario: la casta. No hay plata también quería decir: se acabaron los privilegios de una casta que vivía a costa de las arcas del Estado. De ahí que la consigna pudiera transformarse en algo popularmente celebrado: “no hay plata” era en realidad “para ustedes no hay más plata”.

Pero quiénes integraban ese estrato denostado y cuáles eran sus privilegios se reveló como algo mucho más polisémico de lo que se anunciaba en un principio. Como rezaban los carteles en las marchas universitarias de abril y de octubre: “Al final la casta éramos nosotros”.

Nada es gratis, alguien lo tiene que pagar

La discusión de este año sobre el financiamiento universitario también volvió a poner en escena discusiones del pasado.

Quienes estudiamos en los 90 recordamos viejos debates sobre el arancel universitario. En ese entonces, no eran pocas las figuras públicas que argumentaban que, con la gratuidad, lo que sucedía era que injustamente “los chicos pobres del Chaco” le pagaban los estudios a la “clase media acomodada” de las grandes ciudades. 

Podríamos decir que todo el runrún reciente sobre los pobres y la universidad es una reversión de ese argumento ya trillado: ¿por qué lo pagamos todos (vía impuestos) si solo van algunos? La plata del Estado está una vez más -escuchamos- yendo a donde no tiene que ir.

Pero en realidad hay algo más, que sí trae una novedad, en la forma que asume la discusión de hoy. Cuando Milei y sus funcionarios dicen: “Nada es gratis, alguien lo tiene que pagar” lo que están haciendo es, sobre todo, redefinir los términos de la discusión pública sobre la universidad. Primero, no es una cuestión de educación, sino de plata. Segundo, no es una cuestión de obligaciones estatales, sino de proyectos individuales.

Donde hay una necesidad no hay un derecho, sino un mercado. Y en el mercado, por definición, cada quien paga lo suyo (si puede).

De pulsiones igualitarias y reconfiguraciones sociales

Hace más de veinte años, cuando la discusión sobre la modernidad tardía dominaba la teoría social, los sociólogos alemanes Elizabeth Beck-Gernsheim y Ulrich Beck hablaban de las nuevas formas de la individualización como de un “proceso en el que los individuos están obligados a buscar soluciones biográficas para contradicciones sistémicas”1.

No tenían el ideario libertario en mente, sino las características de una época signada por lo que llamaban la “radicalización de la individualización”. Donde los soportes de la vida colectiva no desaparecían por completo, pero sí mutaban (y los del pasado quedaban, como mínimo, bastante deshilachados).

Esa literatura tuvo un pequeño momento de fama entre nosotros a fines de los años 90, porque lo que describía resonaba fuertemente con las transformaciones que las ciencias sociales locales registraban y analizaban en aquellos los últimos años de la convertibilidad.

Después nos olvidamos de ella. Pero quizás sea hora de retomarla: porque, si lo pensamos bien, ¿qué otra cosa hacen miles de argentinos cuando eligen el día de compra por el descuento que ofrece una app, cuando meten el sueldo en un fondo money market o compran dólar MEP de a puchos, cuando miran videos de influencers para aprender a diseñar un plan de retiro, si no es tratar de tapar con la mano de las estrategias individuales el sol de las contradicciones de todo un sistema?

Al mismo tiempo que los Beck y otros pensaban la sociedad contemporánea en términos de riesgo e individualización, en Argentina otro sociólogo, Juan Carlos Torre, publicaba un trabajo que con el tiempo se convirtió en clásico. En él, junto con Elisa Pastoriza, historizaban las transformaciones demográficas, sociales y políticas de la sociedad Argentina desde la llegada de la inmigración europea hasta los años del primer peronismo. Lo hacían con una tesis central: la de la Argentina como una sociedad signada, tempranamente, por un “impulso igualitario”, motorizado primero por la movilidad social ascendente temprana y sellado durante el peronismo por la experiencia de la inclusión política de las clases trabajadoras y la consagración de nuevos derechos.

Ese impulso es ante todo la construcción de un sentido común compartido: el igualitarismo como rechazo de la deferencia. Aquello que, como el propio Torre recuerda en un texto muy reciente, Guillermo O’Donnell tan bien retrató en su magistral “Y a mí que mierda me importa!”, publicado en 1984.

Pero sobre todo a partir del peronismo, el impulso igualitario se convierte en algo más. No es solo el rechazo de los privilegios, sino también la adscripción a una idea de colectivo (en la forma de una idea de nación, sobre todo) que construye un sentido de pertenencia. Ser iguales es también ser igualmente partícipe o protagonista de lo común. Ser por lo tanto acreedor de los mismos derechos y prerrogativas. Esencialmente frente al Estado, que es quien debe garantizarlas.

En un artículo publicado hace muy poco en un libro en homenaje a Juan Carlos Torre, Gabriel Kessler se pregunta cuánto queda hoy del fulgor de ese impulso igualitario. Sigue brillando quizás en alguna parte de la sociedad, sugiere, pero no en toda. Sobre todo no en aquellas generaciones más jóvenes que no tuvieron, frente al Estado, la experiencia de sentirse igualmente protagonistas de lo común.

Los modos en que el dinero, la plata, atraviesa e impregna hoy nuestras conversaciones cotidianas parecen apuntar a la misma dirección. 

En la empresa de combatir a la inflación, llegar a fin de mes, y forjar un futuro para sí y para sus hijos, la mayoría de los argentinos se reconocen solos. Sin la ayuda de nadie, en especial del Estado. Y mientras una parte le sigue reclamando a éste derechos, atención, presupuesto, universidad pública y no arancelada, hay otra que simplemente lo rechaza. 

Arreglate solo no es una condena, sino un deber. Uno que se reivindica a puro exabrupto desde las máximas jerarquías del Estado, pero también uno que se defiende desde abajo, en cada “es exactamente lo que voté” que se lee en las redes sociales.

Quizás rescatar y resignificar aquel impulso igualitario, defender todo aquel fulgor, sea lo más importante que tenemos por delante.

El secreto arte de la crueldad

En el panorama actual, se naturaliza celebrar despidos, se deshaucia a lxs jubiladxs, la educación, la salud y las políticas de genero. En este ensayo, Flora Vronsky analiza cómo llegamos hasta acá, qué sentimientos sostienen este estado de cosas y sugiere caminos posibles para salir de la parálisis. 

Flora Vronsky

diciembre 10, 2024

Ilustración de portada: Seelvana

El estado de perplejidad alude a una confusión, a la duda sobre qué hacer, a una imposibilidad de tomar decisiones informadas y certeras. En una acepción menos negativa, refiere al asombro; incluso a una suspensión momentánea del juicio. Ambas alusiones pueden tener como correlato cierta parálisis, una disposición a lo irresoluto. Hay mucho de esto en nuestro clima de época. 

El aire que respiramos está enrarecido por un estado de perplejidad permanente que no podemos terminar de clarificar. ¿Hasta dónde es aceptable internalizar una ventana de Overton en el ámbito personal y en el imaginario colectivo? ¿Cómo podemos aceptar que los consensos que creíamos robustecidos, los paradigmas que informaban nuestros lazos sociales y los pactos que parecían infranqueables estén llenos de fisuras y fragilidades que nos dejan perplejxs? ¿Cómo podemos aceptar esta realidad resignificada y, a la vez, resistir y organizarnos para preservar y fortalecer lo conseguido, para imaginar un futuro?

Estos interrogantes parecen estar atravesados por un escollo que fue creciendo a lo largo de todo este primer año de gobierno de Javier Milei. Un escollo que fue tomando forma, que permeó en el ámbito de la discusión pública e irradió su semántica a acciones concretas, tanto de los estamentos de gobierno como de la sociedad civil. Se fue filtrando en las fisuras una noción que pasó de ser contingente a ser necesaria precisamente porque trascendía nuestro léxico de perplejidad: la noción de crueldad. 

Si bien es cierto que la “pedagogía de la crueldad” es una construcción que se viene trabajando en esferas muy diversas del pensamiento como las obras de Rita Segato o encíclicas como Laudati Si del Papa Francisco, hoy se verifica un uso mucho más extendido para intentar explicar no solo un rencor y necesidad de revancha rampantes, sino también la impasibilidad ante el sufrimiento del prójimo, e incluso un goce explícito en ajusticiar de alguna manera a los que se consideran excedentes de una “sociedad de bien”. Excedentes que son mutables al punto de que podamos ser cualquiera de nosotrxs, pues la “casta” y “los enemigos del déficit fiscal cero” son aquellos que el gobierno define a su antojo cada día.

¿Cómo podemos aceptar que los consensos que creíamos robustecidos, los paradigmas que informaban nuestros lazos sociales y los pactos que parecían infranqueables estén llenos de fisuras y fragilidades que nos dejan perplejxs? ¿Cómo podemos aceptar esta realidad resignificada y, a la vez, resistir y organizarnos para preservar y fortalecer lo conseguido, para imaginar un futuro?

En este sentido, comprender el estado de cosas actual sin referir a las consecuencias que dejó la pandemia es caer en una miopía metodológica. Se fraguó en ese entonces un crisol de resentimiento ante todo aquello que se percibía como privilegios de ciertos sectores, una reacción de lxs gobernadxs ante las restricciones, una pulverización de la noción de bien común/bien mayor que trasciende los contornos del hiperindividualismo autoafirmativo, en definitiva, un libertarianismo sui generis que en la mayoría de los casos fue más reactivo que ideológico. 

Funge de este modo -y a nivel global- una suerte de furia no canalizada y caótica que se nutre de sociedades profundamente desmovilizadas, desorganizadas y apáticas, en las que el discurso distorsionado de la libertad opera tanto como punto de fuga como de encuentro y representación. Y, en el devenir propio de la existencia, nos fuimos habituando cada vez más a la violencia, a la humillación del otro como una cucarda a conseguir, a la “doma” como un valor, a la noción de “exterminio” como arte de gobernar, al papel payasesco del poder judicial que no investiga el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner y profundiza el lawfare en su contra, al negacionismo de la dictadura como la más abyecta crueldad con nuestrxs muertxs.

Por su parte, la violencia digital fue colonizando la esfera pública en un in crescendo que alimenta nuestros estados de perplejidad y, en el mismo acto, parece inmunizarnos. Porque esa alerta que nos llegaba durante la primera campaña de Donald Trump, “las noticias son falsas pero las consecuencias son muy reales”, hoy la tenemos hecha carne a tracción de realidad. Y si bien es cierto que en el manual de operaciones de la internacional reaccionaria y las ultraderechas la batalla cultural es un punto nuclear en la producción e instalación de discursos públicos, podemos observar dos variables que complejizan esto y se retroalimentan. 

Por un lado, cuantos más fracasos acumula el plan económico del mileismo, más compensación simbólica/ideológica necesita, mediante una profundización en todos los frentes (profundización estetizada, además, en expresiones que abarcan desde un neonazismo imperialista hasta un corpus de cine pobremente entendido como masculinista, pasando por la “ilustración oscura” de la alt-right anglosajona). Por el otro, se verifica que no todo es solo batalla cultural ni solo compensación simbólica, pues efectivamente cierran el Ministerio Nacional de Mujeres, Géneros y Diversidad junto con el INADI; desmantelan la línea 144 de atención a víctimas de violencia; desamparan a las niñeces y juventudes en una guerra abierta contra la Educación Sexual Integral, gracias a la cual se detectan la mayoría de los casos intrafamiliares de abusos de menores; quitan por primera vez en la historia la adhesión de la Argentina a los protocolos internacionales para luchar contra la violencia hacia mujeres y niñas; eliminan el fideicomiso para investigar las redes de trata con objetivo de explotación sexual de niños y niñas; atentan contra la vida de la comunidad lgbttiqnb+ con provocaciones de funcionarios públicos de LLA, recortes salvajes en salud, disputa del DNI X, la no aplicación deliberada de la Ley de cupo laboral travesti trans; y la lista sigue. A esto se suma la validación oficial de celebrar despidos, que haya miles de familias argentinas que se queden sin sustento, que se les quiten medicamentos y prestaciones básicas a los jubilados y jubiladas, todo mientras se baja el impuesto país para que el decil más rico pueda consumir productos importados. 

Podemos afirmar, entonces, que tanto el lenguaje como la praxis de la crueldad construyen un campo semántico dirigido de manera evidente hacia los sectores más vulnerables: las niñeces, los adultos mayores, las mujeres y diversidades, lxs trabajadorxs más rotundamente precarizadxs. Es decir, el resentimiento y los monstruos que genera la pesadilla de la incertidumbre y la inestabilidad parecieran pasearse a sus anchas sin pagar ningún costo, en un entramado de relaciones sociopolíticas cada vez más agrietado. 

Queda -porque siempre queda- un camino largo y paciente que se cimente en reconstruir pero más que nada en imaginar futuridades posibles, cuyo centro sea la rehumanización de nuestros lazos, la puesta en valor de la comunidad organizada y una noción renovada de justicia social, única bandera que da como resultado una verdadera libertad.

Ahora bien, como hemos visto, el resentimiento tiene la potencia de ser un gran motor político. Eva Perón, especialmente en Mi Mensaje, analiza esa fuerza y la reivindica como memoria viva de la opresión, la conflictualiza y la politiza, haciéndola trascender las ideas de venganza y de envidia para incardinarla en la noción de justicia. Eva incluye la fuerza del resentimiento en la larga tradición de la justicia como condición de posibilidad irrenunciable de la paz. Esta operación nos deja en claro dos cosas: habitamos un tiempo atravesado por un imperativo abrumador de simplificación que nos hace desdeñar estas complejizaciones, y ya no se verifica esa escisión que proponía Eva entre el resentimiento y la envidia; hoy parecen estar más unidas que nunca. 

En esta línea, es notable la forma en la que la envidia ha ido cobrando cierta centralidad estos últimos años en los análisis de los discursos públicos y del lenguaje social. Dan cuenta de esto productos culturales como la serie Envidiosa recientemente estrenada en Netflix (más compleja de lo que parece a simple vista), o el esclarecedor y bellísimo ensayo de Florencia Abadi, El sacrificio de Narciso, que dice: “Envidia es la versión romana de Némesis, diosa griega de la venganza. El desplazamiento revela una interiorización: si tanto la venganza como la envidia anhelan destruir el objeto de sus desvelos, el vengativo lo actúa en el mundo externo -se da el gusto-, mientras que el envidioso se envenena, metáfora de lo oculto de su padecimiento, y se carcome”.

¿Cuál podría ser, entonces, el clivaje actual entre el resentimiento, la envidia y la sed de venganza/revancha que vemos operando en nuestro tiempo? ¿Qué produce que la envidia como noción interior e inconfesable rompa los límites de lo aspiracional y se materialice ya como violencia revanchista? ¿Qué la libera a los ojos de muchxs de nuestrxs compatriotas para erigirla en un instrumento justiciero que pretende restaurar un ilusorio e inexistente orden meritocrático? Está claro que los discursos del poder profundizan una deshumanización que habilita y envalentona estas operaciones, que celebran el padecimiento del otro y lo construyen como un valor en una arquitectura simbólica colectiva mucho más sinuosa de lo que creíamos. Pero también es innegable que sin un lenguaje de la crueldad como modo de estar en el mundo, este cambio de paradigma no se hubiese producido. 

Hay, sin embargo, un horizonte de posibilidad que incluye como premisa la aceptación de estas nuevas coordenadas. Aceptación que poco tiene que ver con la búsqueda de refugios cada vez más endogámicos y “bienpensantes”, o con la proliferación de grupos de pensamiento y revisionismos de dudosa factura que le huyen a la acción organizada y militante, incluso con la renuncia a la intervención en la esfera pública como si pudiéramos darnos el lujo de regalarles algo más.

Queda -porque siempre queda- un camino largo y paciente que se cimente en reconstruir pero más que nada en imaginar futuridades posibles, cuyo centro sea la rehumanización de nuestros lazos, la puesta en valor de la comunidad organizada y una noción renovada de justicia social, única bandera que da como resultado una verdadera libertad. Al tiempo que un trabajo arduo y comprometido para reencauzar las furias, los malestares y los pánicos de época no hacia nuestro prójimo (cuya realización es indefectiblemente mi realización) sino hacia los verdaderos poderes, hoy más concentrados que nunca. Y una resignificación del resentimiento político, de las consecuencias de la desigualdad, de las discusiones sobre la pobreza pero nunca sobre la riqueza y, por qué no, de la potencia de la crueldad en sí misma. 

Michel de Ghelderode, escritor belga, estrena la obra La escuela de los bufones en 1953. Es el fin de curso y, en una escena demoledora, el Maestro se despide de los alumnos. Solo uno vuelve a preguntarle por el secreto que complete la enseñanza y que haga que el arte del bufón desestabilice al rey, que perdure en la memoria del poder. El Maestro responde en voz baja: “el secreto de nuestro arte es la crueldad”.

Our website is protected by DMC Firewall!